Recuerdo que este libro cayó en
mis manos gracias a la Feria del Libro Antiguo que se celebrara en Torremolinos
(Málaga) hace dos años. Sin embargo, se quedó cogiendo polvo en mi estantería
durante unos cuatro o cinco meses hasta que, un día, lo cogí para hacer más
ameno mi viaje en autobús a la universidad.
Tardé un total de tres días en
leerlo, aunque al principio me costó seguirle el hilo al argumento, ya que las
idas y venidas del presente al pasado me desconcertaban en un primer momento.
Sin embargo, la forma de expresarse de Emily Brontë es clara y concisa y,
aunque le gusta adornar sus escritos, sabe hacerlo de manera comprensible.
Cabe destacar que tenía bastantes
ganas de leerlo, ya que había oído hablar muchas veces de «Cumbres borrascosas».
Creo, que como a la mayoría de adolescentes que en su momento leyeron «Crepúsculo»
de Stephenie Meyer, yo también tenía cierta curiosidad por conocer en
profundidad el libro favorito de Bella Swan. Básicamente, quería conocer ese
enfermizo, apasionado y único amor que la protagonista de la saga comparaba con
el suyo y, por supuesto, descubrir al misterioso y enigmático Heathcliff.
Entrando en materia, la novela se
desarrolla en los páramos sombríos de Yorkshire. Allí, se encuentran la casa
que da nombre al libro y la “Granja de los Tordos”, siendo ambas propiedades de
Heathcliff, aunque antaño habían pertenecido a la familia Earnshaw y Linton
respectivamente. Lockwood, que es quien narra la historia, llega a la finca
“Cumbres Borrascosas” para tratar con Heathcliff, ya que le ha alquilado la
vieja Granja de los Linton. En ella, conoce a su casero, a Catalina, la nuera
de Heathcliff, y Hareton Earnshaw, quienes lo reciben de manera fría y tosca. A
partir de entonces, la curiosidad de Lockwood por conocer más sobre el señor de
“Cumbres Borrascosas” y a las otras dos personas que viven bajo su techo, le
lleva a entablar amistad con la señora Nelly Dean, la sirvienta de la casa que
él ha alquilado, y la mujer le cuenta la historia de las dos familias que
vivían en ambas casas, los Earnshaw y los Linton.
Sin querer desvelar parte de la
trama que Brontë expone en el libro, he de subrayar lo que, seguramente, todos
conoceréis de «Cumbres borrascosas»: el amor apasionado de Heathcliff y
Catalina (Catherine), un amor que nace de la amistad de dos niños rebeldes.
Pero, con el paso de los años, todo cambia, exceptuando ese loco amor que los
dos se profesan. Sin embargo, ya no son dos niños que juegan a hacer
travesuras, sino que son hombre y mujer y, además, viven en dos mundos
distintos, los cuales se han construido uno por venganza y la otra por orgullo
y capricho.
A pesar del cliché de la historia
de amor trágica, cosa que clasifica este libro en el género de novela gótica,
el tema principal de la susodicha no es el amor o, al menos, no lo es para mí.
En primer lugar, considero que el tema o punto esencial es la venganza, esa que
lleva a que Heathcliff pase de ser un pobre criado al señor de las dos fincas,
siendo, además, una de ellas la perteneciente al señor Earnshaw (padre de
Catalina) quien lo trajo a su casa y lo crío como si fuera su hijo.
En segundo lugar, el cambio de
perfil entre hombre y mujeres. Las mujeres son fuertes, rebeldes, astutas,
decididas y sabias, y, en contraposición, tenemos a los hombres que son
débiles, enfermizos y de pocas luces (a excepción de Heathcliff). Este hecho
puede ser el más resaltable de la novela, porque en 1847 (año de la publicación
de la obra) no existía la igualdad de género, el hombre seguía siendo el
“dominante” mientras que la mujer era un mero peón que sólo servía para las
tareas del hogar y darle hijos a su marido. Emily Brontë rompe con esos
estereotipos en una marcada crítica basada en las transformaciones sociales que
se dan a partir de esa fecha. Debido a esto y a la pasión que transcurre entre
sus páginas, la novela fue recibida con un gran escándalo por parte de los
puritanos británicos victorianos mayoritariamente.
Para ir concluyendo, he de
admitir que a mí el final no me dejó indiferente, sino todo lo contrario. La
autora lo dejó todo cerrado al término de su novela, pero a pesar de ello,
sentí como si todavía pudiera haber algo más, un hecho más que contar. Sin embargo
y desgraciadamente, sólo se trata de un único libro y lo que en él hay, es lo
único que podemos leer. Y, sencillamente, esta es una historia que todos
debemos de conocer algún día, no por la pasión y el deseo que encierra, sino
por conocer la valentía de una mujer que en mitad del siglo XIX decidió romper
con las desigualdades de género con sus palabras.
Lo único que lamento de Emily
Brontë es que no escribiera más novelas, porque, seguramente, serían joyas
igual que lo es esta.
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