Acta est fabula

martes, 12 de julio de 2016

Recuerdo cuando «Las Vírgenes Suicidas», el libro, cayó en mis manos. No hace mucho en realidad; fue el verano pasado, en una tarde especialmente calurosa en la que estaba un servidor dando un paseo por el centro de Sevilla -ya, ya. ¿A quién se le ocurre? Pues a mí-. Como todo ser viviente, intentando refugiarme del calor después de comer, busqué algún lugar fresquito. Y, como no podía ser de otra forma, decidí que la Fnac era la mejor opción. 

Ya sabía de la existencia de este libro, y también de la película. Y la verdad es que el título me pareció bastante atractivo desde un primer momento, así que cuando vi la edición de Anagrama con aquella portada taaaan bonita en la estantería -estaba bastante escondidillo, por cierto-, no pude resistirme. Lo empecé enseguida porque realmente me apetecía, y me llevé taaaal chasco. Me absorbió la vida, de verdad. No sé si fue porque la PAU me dejó K.O. o porque precisamente acababa de leerme hacía no mucho «Crónica de una muerte anunciada» -con el que guarda muchas semejanzas-, pero lo cierto es que me dejó bastante frío. Sin embargo, decidí darle una oportunidad a la película... Y bueno, me gustó.


Para ponernos en situación: La trama se centra en la vida de las hermanas Lisbon, cinco hermanas hermosas -hermosísimas-, rubias pero no despampanantes, con una belleza de esas que sólo tienen las «femme fatales», chicas imposibles, prohibidas y, claro está, misteriosas. Son como ángeles, todas tan puras y gráciles. Sus padres son muy conservadores y completamente reacios a que sus niñas hagan cualquier cosa que no fuera estar en casa con ellos. Los chicos del barrio, los cuales se encargan en la novela de ir montando las piezas que desvelan el misterio de las Lisbon, están todos embelesados por las hermanas, y sus vidas parece girar en torno a ellas.

La historia se inicia con el intento de suicidio de la más pequeña de todas las Lisbon -Cecilia-, lo que desencadenará más protección aún por parte de los padres, más aislamiento, más soledad. Un año después, no quedará ninguna con vida; sí quedará sin embargo los recuerdos en las mentes de los chicos del barrio, su casa, ya vacía, sus cuartos, aún con sus aromas, sus padres protegiendo a la nada de la nada. Las chicas sólo acaban con sus vidas, pero dejan atrás toda una historia, una leyenda viva. El ejemplo de las Lisbon, bajo mi punto de vista, no es más que una muestra de lo que un ambiente tan sumamente restrictivo, como es en el que viven las chicas, puede llegar a desencadenar en la adolescencia; una rebeldía imperiosa. ¿Deberíamos culpar a la extrema religiosidad de los padres? Yo creo que sí.

Si algo transmite «Las Vírgenes Suicidas», es un poco de calma y mucho de sosiego. Coppola nos muestra un ambiente relajado, suave, casi idílico. Se retrata un entorno que desde luego contrasta sobremanera con la atroz historia que esconde el film. Aunque quizás «esconder» no sea el término más adecuado para describirlo.


A pesar de lo previsible de su título, la trama de la película se desarrolla de tal forma que provoca que el espectador se olvide de lo vaticinado. El que se revele la muerte de las hermanas Lisbon no es ningún impedimento para disfrutar de los recovecos del film. Incluso me atrevo a decir que da cierto morbo que te incita a seguir viendo, a no parpadear. "¿Cuándo pasará? ¿Será ahora? ¿Ahora quizás?". Sin embargo, lo que precisamente me parece atractivo en la película, se me hizo tremendamente pesado, repetitivo y aburrido en el libro. Es curioso.

Por otro lado, me resulta llamativo de la película -y del libro también- cómo se frivoliza a la muerte, la poca importancia que se le da a la vida y la facilidad con la que podemos llegar a acabar con ella. Trata un gran tema tabú en nuestra sociedad, como lo es el suicidio, y más aún el prematuro, y lo hace sin escrúpulo alguno, con suavidad y armonía, como si se estuviera contando una historia de príncipes y princesas. Se hace parecer a la muerte atractiva y sensual, lo que es peligroso pero al mismo tiempo ciertamente morboso.


Si tengo que resaltar un momento de la película, este sin duda es el baile; todo un punto de inflexión en la vida de las chicas. Que sus padres las dejarán asistir a tal acto propició que las niñas se descubrieran como seres naturales, impulsivos, rebeldes, picantes. "Aguardiente de durazno, a las nenas les encanta", y vaya que sí. Se desmelenan por completo.

Pero cuando parecía que iban a abrirse un poco a la sociedad que les rodea, de nuevo viene el aislamiento. No por ellas, sino como es obvio por sus padres. ¡Obligan a la pobre Lux a quemar un disco de los Kiss! Eso NO tiene perdón. La casa de las Lisbon se convirtió en una cárcel. Y, como también es lógico, ese castigo lo pagaron los padres con más rebeldía: Sexo, cigarrillos, alcohol.


Para ser sincero, Coppola no me parece una gran directora. Pero sí he de reconocer que ha sabido llevar a la gran pantalla de forma bastante notable una buena historia cuyo libro me resultó pesado y no demasiado bueno. Así que eso tiene su mérito. Y además, también he de decir que la imagen setentera americana que pinta la directora está muy bien conseguida, y no se aleja mucho a cómo me la imaginaba yo mientras leía.

Especialmente sobresalientes me parecen las actuaciones de Kirsten Dunst y Josh Hartnett, que a pesar de sus cortas edades, ya empiezan a despuntar delante de las cámaras. Dunst en especial... Es la viva imagen de la sensualidad.

"Lo que quedó de ellas no fue vida, sino la lista más trivial de hechos mundanos: Un reloj haciendo tic-tac en la pared, un cuarto sombrío al mediodía, la atrocidad de un ser humano pensando sólo en sí mismo...".

Humo y el telón se cierra. No sé bien si «Las Vírgenes Suicidas» es poesía o es tragedia.

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