Acta est fabula

viernes, 8 de julio de 2016

«Brave New World», indudablemente, ha marcado un hito en la historia de la literatura por el universo utópico que plantea. Un universo distópico, sí, pero que quizás no sea tan propio de la ciencia ficción como en un primer momento pueda parecer. Aldous Huxley, el escritor, fue un visionario y filósofo; uno de los pioneros en el campo de la psicodelia. Es curioso que ya de muy joven se interesó por la parapsicología y la mística. Hoy día es considerado como uno de los más importantes pensadores del tiempo moderno.

El antropocentrismo es el motor que da vida a la novela y a la historia que esta trata en sí; el hombre lo es todo para el hombre. La premisa, aparentemente sencilla: El mundo ya no es gris; es colorido, es feliz. Se plantea la existencia de una sociedad donde sólo hay cabida para la felicidad. ¿Y cómo se consigue esto? Te preguntarás. Pues muy sencillo, no hay más que controlar a todos y cada uno de los ciudadanos antes incluso de que nazcan. ¿Cómo? Pues también Huxley lo explica de manera más o menos sencilla, aunque profundizando quizás en exceso -sobre todo al principio del libro- en complejos detalles científicos. Es tan "fácil" como fabricar a medida a los individuos que conforman esta peculiar civilización, dependiendo siempre de la demanda existente. Se aplica a la humanidad, sin escrúpulo alguno, la producción en masa creada por Henry Ford -sí, sí, el de los coches-, al que se considera una deidad.


Los individuos son modificados genéticamente, de tal forma que cada uno de ellos tendrá un rol perfectamente definido dentro de la maquinaria social, sintiéndose así cada cual útil llevando a cabo la tarea que ha nacido para realizar. Si se necesitan más científicos o personas que piensen bien y mucho -los llamados «Alfa»- tan solo han de fabricarse. Al igual que si se necesitan personas aptas para trabajos duros -«Épsilones»- se formarán individuos para ello. Así, distinguiríamos cinco tipos de humanos diferentes -frutos de la clonación y la modificación genética, la hipnosis y el suministro de drogas desde la infancia-, que en orden de privilegio social son: Alfas, Betas, Gammas, Deltas y Épsilones.

Sinceramente, bajo esta breve sinopsis y con la gran fama que tiene a sus espaldas esta novela, cualquiera esperaría una gran trama. Y quizás para muchos lo sea, pero sinceramente a mí no me ganó en absoluto (lo siento). La historia, bajo mi punto de vista, comenzó muy bien; se describen con sumo detalle los procedimientos de clonación y alteración genética llevados acabo por los «Alfas», se construyen unos personajes sólidos y atrevidos, se describe de igual manera el modo de vida en este Londres utópico y las tradiciones del lugar, haciendo especial hincapié en la constante felicidad de todo el mundo. Felicidad que contrasta con el ánimo del personaje principal de la novela; un individuo que resulta no ser feliz en un mundo donde todos los son. Y a partir de aquí, amigos míos, acaba lo brillante y empieza lo mediocre. Muchos podrían decirme que lo que he relatado es tan solo la introducción de la novela; ¡pues claro que lo es! ¡Pero es que esa introducción daba para varios libros! ¡Una trilogía! ¡Una saga!
                                                                                                                                                             
En fin, lo que a continuación sucede es que nuestro desgraciado protagonista -que es un «Alfa», por cierto- se embarca en una trepidante -aburrida, lenta y fría- aventura en la que, acompañado de una bella -e insoportable- dama acude a «Mal País», una sociedad primitiva no controlada por la Civilización. De allí sacarán a un salvaje y lo llevarán con ellos al Londres "civilizado". El choque cultural, como es lógico y previsible, es abismal, y provocará en el salvaje verdadera repugnancia hacia aquella sociedad "civilizada". ¿Estoy abusando mucho de las comillas en esta reseña? Es posible.                                                                                                                                                                                                                                                                        Sin duda alguna, no me tiembla el pulso al catalogar a «Un Mundo Feliz» como un buen libro. Es un buen libro por cómo se sucede la trama, en un orden correcto y sumamente cuidado. Es un buen libro porque los personajes están perfectamente caracterizados y son fácilmente distinguibles los unos de los otros. Es un buen libro también –claramente es esto lo que lo ha hecho trascender en la historia- por el futuro científico que plantea. Sin embargo, tras leerlo me quedé con la sensación de que le falta algo. Es bueno, sí, pero hay algo que no encaja. Y ese algo es el enfoque que ha querido darle Huxley a la historia.  El autor ha creado todo un universo distópico que prácticamente ha dejado sin estrenar. ¿Por qué crear un mundo tan endiabladamente elaborado, complejo, descrito a la perfección si luego apenas va a dársele uso?

De todas formas, quiero recalcar de nuevo la importancia social de este libro que ahora nos concierne, de todos los pensamientos que plantea y lo revolucionario de estos. Esta sociedad "feliz" parte de la idea de llevar una vida mejor, regulada hasta tal punto de modo que los recursos que cada cual -dependiendo de su categoría social- necesita, pueda obtenerlos sin dificultad. La fabricación de individuos con unas necesidades concretas es una forma de repartir los recursos para que a nadie les falte, para que todos sean felices. Por otro lado, los propios humanos se convierten, bajo la pluma de Huxley, en un recurso, en un objeto, en algo sujeto a las leyes de la oferta y demanda. ¿Hay una importante sequía y los campos producirán menos productos durante algunos años? Bien, solo hay que cerrar las fábricas y que no nazcan más niños. ¿Se necesita mano de obra porque hay un repentino excedente económico? ¡Se aumenta la producción y todo solucionado!

Es una idea brutal y tremendamente revolucionaria, pero si se aplica la producción en masa de Ford a la humanidad, es el resultado que obtenemos. ¿Y si el desarrollo sostenible fuera inalcanzable? ¿Y si el único modo de reparar el medio que nos rodea es someternos a esta cruel producción -que no es, ni más ni menos, la que llevamos a cabo día a día en ámbitos no humanos-? Es inquietante, precisamente por lo profético que podría llegar a ser.

Por último, me gustaría añadir para el que no lo sepa, que este libro, junto con «1984» de George Orwell y «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury, conforman la trilogía cumbre de las distopías del siglo XX. Aún no he tenido ocasión de leer «Fahrenheit 451», sin embargo sí que he leído «1984»,y he de decir que su calidad literaria considero que es mucho mayor a la de «Un Mundo Feliz» (lo siento, otra vez).


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