Acta est fabula

jueves, 11 de agosto de 2016



Tenía quince años cuando leí la primera obra de Shakespeare que cayó en mis manos y, no, no era «Romeo y Julieta» aunque la leí poco después, sino «Macbeth». Desde ese momento, me volví una enamorada del dramaturgo inglés. Busqué todas sus obras sin descanso y, hoy en día, puedo alardear de que la tengo casi completa, pues todavía me falta «El sueño de una noche de verano».

Esta obra teatral la conseguí en la Feria del Libro Antiguo de Sevilla, a la que os animo a ir si durante los meses de noviembre o diciembre os encontráis en la capital hispalense o, directamente, residís ahí. Junto a la comedia anteriormente nombrada, era una de las publicaciones de Shakespeare que me faltaban y para mí supuso una alegría dar con ella, igual que espero que este año pueda dar con la última que me falta.

Centrándome en el teatro, he de admitir que no ha sido uno de los que más me han gustado, aunque no por ello es aburrido, todo lo contrario. Quizás es porque estoy acostumbrada al ambiente trágico que inunda siempre las obras de Shakespeare y, en esta ocasión, aunque también cuenta con tintes dramáticos, estos no son comparables a los desenlaces de «Romeo y Julieta» o «Hamlet».

Para situarnos temporalmente en este teatro, hay que viajar a Venecia como bien indica el título del mismo. Allí, Bassanio, un noble pobre, pide a Antonio, un rico mercader, que le preste una generosa cantidad de ducados para conseguir el amor de Porcia. Para ello, Antonio pide el dinero a Shylock, un usurero de origen judío. Pese a que este acepta y le proporciona los ducados que pide, le amenaza con que, si el dinero no es devuelto en un plazo de tiempo, Antonio tendría que darle una libra de su carne. Ahora bien, ¿consigue Bassanio el amor de Porcia? ¿Antonio logra devolverle el dinero a Shylock a tiempo? Para responder dichas preguntas, ya sabéis lo que tenéis que hacer, leer «El mercader de Venecia».

Como os he dicho con anterioridad, la obra no es aburrida, pues mantiene al lector pendiente de lo que ocurrirá, de cuál será el desenlace de la susodicha obra. Yo misma tardé un total de dos días en leérmela, porque además es de lectura fácil y, bajo mi punto de vista, el teatro es mucho más ligero de leer que una novela, sea esta del género que sea.

Sin querer desvelaros nada de la trama, he de admitir que tiene tintes históricos de la época representada, lo que a mis ojos la hace más verosímil, como si realmente hubiera tenido cabida en aquel momento. Como ejemplo, os pondré el odio entre judíos y cristianos, llegando un padre a rechazar a su hija porque esta se había enamorado de un joven cristiano, cosa que me recuerda a una vieja leyenda sevillana llamada «Susona, la fervosa hembra», cuyo tema es semejante aunque su final no tiene nada que ver.

Y, por otro lado, tenemos los matrimonios de conveniencia, que, posiblemente, era el hecho más común en aquella época. En esta ocasión, el padre de Porcia presentaba a los pretendientes un total de tres cofres (de oro, de plata y de plomo respectivamente), uno de ellos contenía un retrato de Porcia y ese era el que habían de elegir si querían comprometerse con la joven y rica heredera.

No tengo más palabras para esta nueva joya que ya tengo en mi estantería y os animo a que vosotros también presumáis de tener «El mercader de Venecia» en la vuestra. Nuestro amigo Shakespeare no os defraudará.


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