Tenía quince años cuando leí la
primera obra de Shakespeare que cayó en mis manos y, no, no era «Romeo y Julieta» aunque la leí poco
después, sino «Macbeth». Desde ese
momento, me volví una enamorada del dramaturgo inglés. Busqué todas sus obras
sin descanso y, hoy en día, puedo alardear de que la tengo casi completa, pues todavía
me falta «El sueño de una noche de verano».
Esta obra teatral la conseguí en
la Feria del Libro Antiguo de Sevilla, a la que os animo a ir si durante los
meses de noviembre o diciembre os encontráis en la capital hispalense o,
directamente, residís ahí. Junto a la comedia anteriormente nombrada, era una de
las publicaciones de Shakespeare que me faltaban y para mí supuso una alegría
dar con ella, igual que espero que este año pueda dar con la última que me
falta.
Centrándome en el teatro, he de
admitir que no ha sido uno de los que más me han gustado, aunque no por ello es
aburrido, todo lo contrario. Quizás es porque estoy acostumbrada al ambiente
trágico que inunda siempre las obras de Shakespeare y, en esta ocasión, aunque
también cuenta con tintes dramáticos, estos no son comparables a los desenlaces
de «Romeo y Julieta» o «Hamlet».
Para situarnos temporalmente en
este teatro, hay que viajar a Venecia como bien indica el título del mismo.
Allí, Bassanio, un noble pobre, pide a Antonio, un rico mercader, que le preste
una generosa cantidad de ducados para conseguir el amor de Porcia. Para ello,
Antonio pide el dinero a Shylock, un usurero de origen judío. Pese a que este
acepta y le proporciona los ducados que pide, le amenaza con que, si el dinero
no es devuelto en un plazo de tiempo, Antonio tendría que darle una libra de su
carne. Ahora bien, ¿consigue Bassanio el amor de Porcia? ¿Antonio logra
devolverle el dinero a Shylock a tiempo? Para responder dichas preguntas, ya
sabéis lo que tenéis que hacer, leer «El
mercader de Venecia».
Como os he dicho con
anterioridad, la obra no es aburrida, pues mantiene al lector pendiente de lo
que ocurrirá, de cuál será el desenlace de la susodicha obra. Yo misma tardé un
total de dos días en leérmela, porque además es de lectura fácil y, bajo mi
punto de vista, el teatro es mucho más ligero de leer que una novela, sea esta
del género que sea.
Sin querer desvelaros nada de la
trama, he de admitir que tiene tintes históricos de la época representada, lo
que a mis ojos la hace más verosímil, como si realmente hubiera tenido cabida
en aquel momento. Como ejemplo, os pondré el odio entre judíos y cristianos,
llegando un padre a rechazar a su hija porque esta se había enamorado de un
joven cristiano, cosa que me recuerda a una vieja leyenda sevillana llamada «Susona, la fervosa hembra», cuyo tema es
semejante aunque su final no tiene nada que ver.
Y, por otro lado, tenemos los
matrimonios de conveniencia, que, posiblemente, era el hecho más común en
aquella época. En esta ocasión, el padre de Porcia presentaba a los pretendientes
un total de tres cofres (de oro, de plata y de plomo respectivamente), uno de
ellos contenía un retrato de Porcia y ese era el que habían de elegir si querían
comprometerse con la joven y rica heredera.
No tengo más palabras para esta
nueva joya que ya tengo en mi estantería y os animo a que vosotros también
presumáis de tener «El mercader de
Venecia» en la vuestra. Nuestro amigo Shakespeare no os defraudará.
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