Acta est fabula

jueves, 8 de septiembre de 2016



Hay libros que hay que leer al menos una vez en la vida y, bajo mi punto de vista, «Carrie» de Stephen King es uno de ellos. Realmente, no soy una fiel seguidora de este novelista y, para ser sinceros, este libro es el único que me he leído de él, aunque en mi casa cuento con la mayor parte de sus obras gracias a que mi madre es asidua a sus lecturas. Aunque, precisamente este ejemplar no le pertenece a ella, sino a mi hermana, quien podríamos decir que me “obligó” a leerme el mismo y, posteriormente, a ver la película.

Como ya comenté en la reseña de «Rosas negras», este tipo de géneros no se encuentra entre mis preferidos. Vuelvo a confesaros que soy una miedica, no sirvo para leer novelas de horror, terror o asesinatos (en estos últimos porque no tengo estómago suficiente), y, mucho menos, ver películas y, si las veo, tiene que ser detrás de un cojín para taparme la cara cuando ocurra algo paranormal.

En resumidas cuentas, que era demasiado reticente a leerme este libro. Stephen King es, mayoritariamente, un escritor de novelas de terror y miedo, y, cuando busco abstraerme en la lectura, prefiero pasarlo “bien” a estar sobresaltándome a cada instante (vivo demasiado lo que leo, culpa de la imaginación). Pero, finalmente, mi hermana me convenció y abrí el libro, después de estar contemplando la portada durante bastante tiempo, pues el ejemplar que tiene mi hermana posee una portada bastante siniestra e inquietante, por decirlo de alguna manera.

La estructura fue quizás uno de los puntos que más me llamó la atención. Me esperaba una historia redactada, como en la mayoría de sus novelas. Pero, esta está conformada por la historia propiamente dicha intercalada con recortes de prensa, entrevistas realizadas a aquellos que coincidieron con Carrie White e incluso cartas. Esa pequeña recopilación de información que parece tener ciertos tintes periodísticos, hace que el lector descubra la historia de la niña que da nombre al libro.

Ahora sí, vamos a trasladarnos a Chamberlain, un pueblo de Maine, donde Carrietta White vive junto a la fanática religiosa de su madre, Margaret. En dicho pueblo, Carrie acudía al instituto como cualquier joven de su edad. Sin embargo, allí sufría abusos por parte de sus compañeros, abusos de los que tampoco escapaba en casa debido a la poca cordura de su madre. En definitiva, la chica vivía constantemente humillada, tanto por su propia madre como por los chicos y chicas que acudían al instituto de Chamberlain.

Antes de continuar, aunque intentaré no hacer ningún “spoiler” para aquellos que no os habéis leído «Carrie» o no habéis visto la película, me gustaría tratar un tema que seguro que algunos de vosotros han pensado a la hora de leer parte del argumento de esta obra: el acoso escolar o el “bullying”. Actual y desgraciadamente, es un tema que nos toca muy de cerca, porque que ahora mismo recuerde, he leído dos casos de suicidios por “bullying” este año. Seguramente, haya visto más, pero recuerdo estos dos porque llegué a plantearme si los niños (y no tan niños) pueden tener la suficientemente maldad para hacer determinadas cosas.

A qué me refiero con “determinadas cosas”, pues os explico. Uno de los chicos que se suicidó por culpa del acoso que recibía en el colegio, era un niño transexual, es decir, anteriormente había sido una chica y recibía burlas por creerse un chico teniendo pecho. Algo que sinceramente es una estupidez, pero hay niños con la suficiente maldad como para hacer daño de esa manera.

Quizás, así Carrie comenzó a darse cuenta de que poseía poderes telequinéticos, pues se refugiaba en sí misma y hacía cosas que no tenían explicación. A pesar de ello, los decidió mantener con cierto control. Pero, ¿qué chica sería capaz de aguantar burlas durante las veinticuatro horas del día? ¿Qué joven no gritaría “basta” o explotaría ante los constantes abusos de la desquiciada de su madre y los inmaduros de sus compañeros?

Si queréis resolver esas preguntas, sólo tenéis que hacer una cosa: conocer a Carrie. Después, pensar o no que debe de “arder en el infierno”, es cosa vuestra.


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